Uno de esos domingos el timbre del portero eléctrico del departamento de Francesca, la sobresaltó.
Sonaba con bastante insistencia,una y otra vez.No tuvo más remedio que levantarse y abandonar su colchón de espigas.
Eran Marco y Adriano . Le habían llevado las vitaminas para ella y para Tomás un comprimido antialérgico.
Francesca abrió el ascensor que da directo a su palier privado.El mismo revestido con paneles de aluminio,luces dicroicas,techo espejado estaba completamente vacío.
Sobre el piso marmolado encontró la caja pequeña,nada más.
Ninguno de los dos subió para entregarle en mano los dos medicamentos.Ni siquiera para verla,saludarla o preguntarle cómo estaba.Mucho menos para demostrarle algo de amor o preguntar cómo avanzaba su tratamiento.
Ni uno ni lo otro.
¡Cuánto le hubiera gustado escuchar sus voces!´
-¡Hola Francesca!
-¿Cómo estás hija?
-Descansá,vinimos a ayudarte...
-No te preocupes...
-Te traje los primeros damascos de la quinta...
-Te traje la última novela de...
Hubiera deseado escuchar esas palabras de sus bocas,que sentía tan distantes,tan lejanas.
Pero no.Sintió el vacío abismal y la cruel soledad de la cajita verde de 6 por 3 centímetros.
No hay vitaminas para el alma cuando asola la desilusión.
Muchísimas Feeeliiiciiidaaadeeesss, otro estupendo logro. Eres una gran escritora. Abrazo y beso.
ResponderBorrarPedro Nicolás Diaz